martes, octubre 17, 2006

En las puertas de la perfección





Mathias Klotz



El antagonista hippie de la arquitectura chilena



Texto: Caterinna Migliorelli


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La calle estaba llena de autos detenidos en un taco de una cuadra. Los conductores tocaban la bocina y agitaban sus brazos por la ventana, tratando de hacer reaccionar al tipo que parado en la esquina, miraba a lo alto de un edificio y hablaba por celular.Era un hombre de 1.90 mts. Tenía un par de pelos blancos en la cabeza, usaba unos lentes cuadrados de marco rojo, ropa suelta medio hippie con estilo intelectual vanguardista y hawaianas negras, importadas de Zara.



Se sentó en el sillón blanco de una cafetería. Pidió un capuchino -con dos cubos de azúcar-, y un vaso de Coca Cola Light para calmar la sed que le vino después de la larga caminata. No esperaba menos, si tengo frente a mí al ganador del premio al mejor arquitecto menor de 40 años, y dos veces finalista del premio Mies van der Rohe, quien una vez a la semana viaja por el día a Buenos Aires a revisar sus proyectos y además, debe lidiar con el decanato de Arquitectura Arte y Diseño en la Universidad Diego Portales y llevar el control de su familia.



Su forma rápida de hablar, sus expresiones y ademanes, reflejan a un hombre que al parecer no parará de contar las experiencias de vida que lo han hecho crecer como persona.


Este viñamarino, a sus 41 años pareciera más vital que nunca. Cuando salió del Colegio Alemán en 1982 jamás pensó que la arquitectura sería parte de su felicidad, pero antes entró a estudiar lo que siempre había soñado: Arte en la Universidad Católica, siguiendo los pasos de su hermana mayor. Entre tanto dibujo, figuras abstractas y el gran desorden que vio en esa carrera, se desilusionó de todo y optó por cambiarse a arquitectura. – comenta la femina Klotz.Durante esa época descubrió que las horas de la noche, los dedos llenos de pegamento y las maquetas destrozadas en las salas de taller, no serían un impedimento para sacar adelante sus ramos y tomar cada llamado de atención como una carta a su favor.



No deja de mover la pierna derecha y los ojos le brillan cuando habla de sus obras. Parece un niño en el día de su cumpleaños, abriendo regalos mientras la felicidad se le cae por los codos. Cada proyecto nuevo lo cuida tanto como a un hijo y aunque hay una dedicación detallada en la construcción de éstos, ha aprendido a cultivar la paciencia; a entender que el proyecto es por y para el cliente, y por tanto, que la satisfacción es fundamental como única posibilidad de vida plena o subsistencia de la obra.




Pese a los honores y los goces que ha ido recibiendo, en sus otros proyectos como el de decano de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Diego Portales, se empeña en restarle solemnidad a sus triunfos. “Parece que al menos he hecho algo medianamente decente en los quince años que llevo dedicado a esta actividad”, comenta.
Piensa que la vida es breve y que la felicidad se encuentra en la familia, dialogando y compartiendo un desayuno el lunes a las 7 de la mañana; con los amigos en el asado dominguero y en un café, el sitio ideal para conversar temas serios.



Su esposa Magdalena Bernstein, entre miradas a su reloj y unas galletas en la mano, afirma que no vale la pena perder el tiempo tratando de elaborar complejos discursos, sino que más vale construir a riesgo de equivocarse. Sin duda, esta es una buena expectativa de vida ya que no ve nada desde el lado negativo y con los pequeños frutos que brotan al costado del camino, se aprende a ser mejores personas.



¿Dónde está Wally?



Uno de los temas que más lo inquieta –sólo entonces empieza a morder las uñas-, es justamente el de la ubicación de sus proyectos. Éste debe estar en algún lugar, ya que si no lo está, todo se vuelve invisible. “Estamos rodeados de edificios sin proyecto, sin lugar o, peor aun, de lugares comunes”, dice.
Una de las enfermedades que más intriga a los arquitectos, es la discusión de la falta de lugar. “Nadie sabe donde está Wally”- comenta. Respecto a su visión de si ha “encontrado o no a Wally”, no sabe con exactitud si debe estar tranquilo, pero piensa que hay algunos proyectos que sí tienen terreno. La casa para su madre en Tongoy se levanta a un metro del suelo, protegiéndose de la naturaleza y a la vez conquistándola; la bodega Las Niñas, al iluminar el espacio industrial con luz natural y la casa Muchnick al construir una terraza habitable.



Cuando llega el momento de elegir cómo será la construcción de una casa, Mathias recuerda a Oscar Wilde en el prefacio de Dorian Gray. "Los que encuentran intenciones feas en cosas bellas están corrompidos sin ser encantadores”. Dice que esto es un defecto ya que “los que encuentran bellas intenciones en cosas bellas son cultos. A estos les queda la esperanza. Existen los elegidos para quienes las cosas bellas significan únicamente belleza”. Con este afán de poeta para expresar su arquitectura, Klotz está consiente de que no pretende elevar ningún proyecto a la categoría de arte, pero sabe que algunas cosas, desde el punto de vista de su utilidad, solo pueden sostenerse en el campo de la admiración, especialmente algunas estructuras absurdas y costosas, pero flotan y por eso mismo, a veces Wally debe levitar.



Entre colores y desniveles



Cuando Klotz habla de cómo ha llegado tan alto y de la importancia que su trabajo tiene en nuestro país, dice sentir una especie de orgullo y de modestia a la vez. Cree que sin el golpe de suerte que tuvo al ganar el segundo lugar de la Bienal de Miami (2000) por la construcción del Colegio Altamira, no podría haber completado todos sus sueños. Gracias al premio en dinero, pudo construir su actual casa en Pedro de Valdivia Norte, sacar adelante su empresa e ir concretando los trabajos que le iban pidiendo. Entre risas y gritos, se escucha al hijo menor de Mathias “mi casa es grande y mi papá es el mejor arquitecto del universo”.



Define su arquitectura como algo tranquilo, que resuelve con sutilezas el problema constructivo y funcional, conjugando distintas texturas en lo material y diferentes proporciones en lo referente al espacio. El hormigón se recrea a sí mismo y muta mágicamente como si de algo dúctil se tratase. Los suelos interiores y exteriores protagonizan extraordinariamente sus obras con distintas texturas que provocan contrastes entre sus superficies.



Generalmente sus casas se organizan sobre la base de corredores que avanzan desde el acceso hacia la habitación principal, pasando por los espacios más públicos y de servicio, al comienzo, y por los más privados al final. Los espacios interiores manifiestan usos y jerarquías en sus diversas proporciones y altura.



En el proyecto ubicado en Marbella, Ocho al Cubo, hizo su obra más reciente. Allí se puede apreciar una casa que se hunde y reparte por un terreno con dos patios relacionados por las áreas comunes de la casa, y dos barras laterales que contienen los servicios y las habitaciones respectivamente. Dice no estar a gusto y cree que es un pésimo proyecto, ya que está pensado en personas ficticias, amantes del golf, con una familia promedio de tres hijos, una nana, y con una billetera capaz de pagar millones por algo que da las espaldas al mar.



Se nos acaba el segundo café y de un salto Mathias se retira muy satisfecho con sus galletas. La conversación que entre risas y momentos de alusión a cosas sin sentido, lograron un diálogo equitativo, congruente y cargado de equilibrio en las palabras, bueno cosa de Arquitectos, ellos y su particular forma de hablar.


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