sábado, diciembre 02, 2006

Don Cupido


El hombre que regala ilusiones


Texto: Caterinna Migliorelli


Antonio es un hombre de 56 años. Vive en la comuna de Recoleta junto a su prima, la señora Chela, en una pequeña pero acogedora casa ubicada en la esquina de Dardignac con Loreto.

Sus ojos, dos oscuros y caídos parpados, le dan una mirada algo cansada y picarona. Su nariz se destaca en una gordita cara, acompañada de un interesante bigote que asegura esconder la sonrisa de un intelectual hombre jubilado precozmente. El ceño se esconde tras su mediano pelo desordenado, con volumen y de color negro que llama la atención al expresar su rabia porque, justamente hoy, vencía la cuenta del teléfono y la luz.

Don Toño, bajo una roja bata de dormir, esconde una gran barriga a consecuencia de las visitas inesperadas al bar de la señora Chela en las noches de frío, momentos en los que se acuerda de su fugaz amor. Pepa, aquella mujer que destrozó su corazón hace un tiempo atrás, la culpable de su renuncia a lo más preciado que tenía en la vida: su puesto en los carritos de Irarrázaval donde vendía libros inéditos. Por esta mujer lo perdió todo. Perdió amigos, su departamento en Providencia, su pasión por la hípica, sus ganas de reír, de leer, sus chistes, su gusto por la buena comida y los reiterados viajes al sur.

¡Te extraño mi dulce amor, dónde estás!, son las preguntas que lanza al aire cada vez que el alcohol le juega una mala pasada y lo hace recordar que las ilusiones por volver a sonreír son escasas.

La semana pasada pidió hora al siquiatra. Don Aguayo, su vecino y amigo de toda la vida, lo atendería para terminar con el mal humor que se adueña de su rostro, provocando arrugas en su frente cada vez que algo no le parece bien. Conversaron un par de horas y llegaron a una conclusión. -Deja tu rabia de lado, si no sabes cómo olvidar aquel amor, regala ilusiones a cada persona que esté triste en la ciudad; al solitario Pedro, que toma la micro cada mañana y va a su trabajo, con la esperanza de enamorar a la vendedora de cigarros del quiosco de Bandera, a la señora Aurelia, que olvidó la forma en que se ríe por no tener el dinero suficiente para ir al consultorio de la comuna y optar a una “sonrisa de mujer”, a Juan, el dueño de la botillería “Cosquillitas”, que lo persiguen los Carabineros todos los sábados en Patronato por vender libros piratas para pagar el arriendo de su local y a aquella pareja de viejos enamorados que viven justo un piso más abajo, en el 403, que a pesar de su edad y sus arrugas, se aman incondicionalmente.

Entregarás la ilusión del amor por todos lados. Ya no serás Antonio, tu nombre lo conocerás en el camino y tu misión será entregar, por medio de este saco de flechas y este arco, todo el amor que sientes por Pepa, y así, dependiendo de cómo trabajes, podrás recuperar a tu amada mujer- Replicó su amigo. Antonio sonrió y aceptó la propuesta.

Desde ese día 14 de febrero, juró a la señora Chela, que lo esperaba malhumorada en el departamento por no cancelar los tragos de la noche anterior y la cuenta del teléfono, que alegraría a cada persona en la tierra… -¿Cómo es eso, te quieres hacer responsable de la felicidad ajena sino puedes tomar responsabilidades personales? No quiero poner en tus manos mi felicidad, me basta con que pagues el teléfono mañana y las cervezas que te hacen hablar tonterías, dijo irónicamente la mujer…

Él la miró, la besó en la frente y sonrió. Y es así como el amor en el mundo se mantiene en pie, gracias a este hombre que hace muchos años atrás, decidió recuperar el amor de su vida. La ilusión por avanzar y crecer día a día, perdura en el tiempo embriagando el alma y la memoria de cada persona por medio de sonrisas y abrazos.



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