lunes, octubre 19, 2009

Un asado de choripan

Si vamos a celebrar a La Roja, que sea una celebración con bombos y platillos.

El sábado cuando Chile terminó de cerrar las maletas con candado para ir a mostrar las musculosas piernas de nuestros futbolistas y el gran talento que tienen en la cancha a Sudáfrica, en todo el país se vivía una felicidad que los argentinos hoy envidian y exigen a gritos que se olvide pronto.


Las calles estaban teñidas de blanco, rojo y azul; los gritos de cientos de hinchas opacaron la lluvia, el impacto por el nuevo premio Nobel de la Paz, las campañas presidenciales y las deudas que todos los chilenos tenemos. Desde las ocho de la noche hasta la madrugada, la alegría fue el único sentimiento que tiñó el alma de todos.


El rating se lo comió el partido de fútbol y el asado fue compartido por millones de flashes en Apoquindo con La Capitanía. Fue justo en esta esquina donde un grupo de amigos decidió rendir homenajes y romper los esquemas de la ley para manifestar su felicidad.


La parrilla la sacaron de la casa que los acogió a gritar los goles, el carbón lo compraron en el supermercado y los choripanes estaban en oferta. La lluvia era tenue pero las ganas de hacer un asado en la calle eran mucho mayores. Después de un par de soplidos el carbón se encendió.


Los vasos con malicia encendieron a cuanto peatón pasaba y no podía evitar darse la vuelta para felicitarlos por la iniciativa, los autos sacaban sus celulares para grabar el evento y los flashes de las cámaras registraban una particular celebración por La Roja. La gente estaba emocionada.


Cuando la calle dejaba los tacos y los bocinazos atrás, ellos seguían ahí. Alzando la bandera chilena hasta altas horas de la noche, celebrando con canales de televisión y periodistas que querían recoger sus impresiones. Con choripanes que no tenían ningún condimento del otro mundo, sólo el entusiasmo de haber realizado un asado en la calle, con amigos de infancia, con el alma colapsada de emoción, con goles que nos dejaron atónitos y con la satisfacción de que después de 12 años Chile vuelve al mundial. Razón suficiente para celebrar sin medir ningún tipo de consecuencias. Porque esto es Chile y así somos los chilenos.








lunes, octubre 05, 2009

Me enamoré de mi vecino

No me sé su nombre, el de sus hermanos ni su número de teléfono. De hecho ni siquiera sé si tiene hermanos. Es alto, tiene el pelo corto y lo veo cada cierto tiempo paseando a su perro Boxer por José Zapiola. El perro es horrible, pero cuando me lo topo simulo amarlo. Todo por llamar su atención.


No es que ande pendiente de la gente que vive cerca de mi casa, de hecho me cargan mis vecinos porque todos se creen la muerte al tener camionetas 4x4 y casas en Zapallar, pero este tipo en particular me flechó el corazón.


Cuando salgo de la casa para tomar la micro en Larraín pienso en él. En mi cabeza le tengo una vida armada y así me entretengo imaginando lo idiota que puedo llegar a ser al pensar en un completo extraño. Tiene un espíritu deportista, pues no se saca nunca el pantalón de buzo Adidas color azul, está enamorado de su perro y de seguro su polola lo debe amar tanto como él.


Creo que uno de sus mayores pasatiempos debe ser viajar, pues estuvo desaparecido dos meses y llegué a pensar que se había muerto porque hace un tiempo no lo veía conversando con el guardia que cuida su condominio. Estuve aterrada y sufriendo por la gran pérdida para la comuna y para mi imaginación.


Hoy cuando volvía agotada de la universidad a eso de las cinco de la tarde, y lo único que pensaba era en llegar a mi casa a comer un plato inmenso de Caracoquesos, lo vi a lo lejos y me propuse matar el pánico que me provoca hablarle de cualquier estupidez.


Crucé la calle con coraje. Estaba decidida. Caminé un par de metros recordando todo lo que sabía de él, o lo que había inventado en mi cabeza por más de dos largos años, guardé mi mp3, sequé mis manos porque estaban sudando como las de una quinceañera y cuando estaba casi hilando las palabras que hablaba con el guardia del condominio, lancé un ¿Hola, cómo estás? Y me miró sorprendido. En esas breves milésimas de segundos que pasamos en silencio sonrió, y cuando me iba a responder, el guardia que estaba a su lado y que me conoce desde que nací, me dice ¡bien y tu kt, como te ha ido!.


Me quedé helada. El guardia mató por completo mi encuentro casual, me arruinó todas las estrategias que tenía en mente, hizo que me avergonzara en silencio y de paso, que me atorara en presencia de él.


Jajajaj, dije avergonzada. Estoy bien gracias. Le respondí con una sonrisa en los labios. Mató todo por lo qe tuve que continuar mi caminata sola. Seguí por la vereda hasta que llegué a mi casa completamente derrotada. Ahí fue cuando me di cuanta que el vecino es solo un amor platónico, de esos que son perfectos en tu cabeza porque en vivo y en directo pueden ser la peor vergüenza que cualquier mujer podría pasar.





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