martes, mayo 29, 2007

Únicos, grandes y nuestros!


Mi BENDITA pasarela rosa

Texto: Caterinna Migliorelli

Y tenía pololoooo!!! Esa fue la frase que más golpeó mis neuronas luego de una agradable cita con mi peluquero. (y no es que vaya seguido a la peluquería, de echo ese tipo de citas me enferman de los nervios) .
Era una tarde común y corriente y con mi amiga Magdalena y Catalina decidimos emprender una tarde lujuriosa. Nos fuimos a la peluquería a regalonear la cabeza con un par de horas de masajes y cariños gratuitos (que claro, te remuerden la conciencia cuando es hora de pasar por caja) pero que provocaban una sensación de paz intachable.
Las risas iban y venían entre nosotras mientras los peluqueros (altos y dotados de una imagen hollywoodense), comenzaban a sacar sus instrumentos más dotados para llevarnos a un antro de paz y seducción imaginaria.
Las horas pasaban y en ese palacio de mágicos hombres intocables, decidimos entregarnos por completo.
Las manos de Samuel eran largas, delgadas y un tanto picaronas al frotarlas por mi pelo. Lentamente acercaba el agua por mi frente mientras rozaba el típico shampoo neutro que lo venden a elevados precios, sólo porque en su carátula sale un tal Giordano que con su cara seductora, no seduce ni a mi abuela ni a mi amiga Ángela que se apasiona por las pasarelas. Fueron minutos eternos en que cerré mis ojos y mi imaginación se perdió por esos pasillos aglomerados de tinturas y olores a plata, transformados en extensiones, visos y profesionalismo puro.
Catalina, al otro lado del mesón, me miraba un poco temerosa, pero con una sonrisa picarona que demostraba ansiedad y deseos de llevarse a su peluquero, a esas islas paradisíacas que existen solo en los sueños de las reuniones entre mujeres en un restaurante, acompañadas de una copa de vino tinto. Antonio, el peluquero de Magdalena era realmente un Jordi Castell al alcance de mujeres de clase media normales, con mechitas paradas, el pelo húmedo y teñido de deseos escondidos en solteronas y casadas infieles, que semana a semana lo visitan porque sí, para distraer sus miradas de los aburridos esposos trabajólicos que no dedican ni media hora a sus féminas cada noche.

Luego de una hora y media de masajes y toqueteos en la cabeza, ellos decidieron poner fin a la placentera sesión. Algo desconsoladas e hiperventiladas, de un salto nos pusimos de pie para agradecer el profesionalismo que habían puesto en arreglar el caos invernal que llevábamos sobre nuestros hombros.
Sonrientes, tocamos nuestros pelos para comprobar la efectividad de sus productos y luego nos acercamos a los Romeos para agradecerles el trabajito (y entre picardías y miradas malévolas, nos despedimos de un beso en la mejilla).
Salimos de aquel paradisíaco lugar en silencio y la mirada un poco caída y al encontrarnos frente al exclusivo “salón”, aniquilamos nuestros deseos con un lamentoso... era obvio… todo no podía ser perfecto….

…Luego de cada clase de Literatura caminando hacia mi casa los veo ahí, sonrientes, simpáticos, seductores y acompañados de su POLOLOS… y es ahí cuando no concibo olvidar esa tarde lujuriosa con la Cata y la Mane en que renunciamos a sus seductores ojos, saliendo desilusionadas y tristes, pero con el ego alto por nuestra nueva pinta en estos tiempos de cólera, ahogadas en smog capitalino.


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