martes, julio 29, 2008

Un popurri de colores en extinción

Cuando Antonia se sentó en la esquina de su casa a mirar cómo los bichitos caminaban sin dirección por la tierra y por los restos del árbol que alguna vez destruyó el techo de la casa vecina, pensó que son millones las veces en que uno se siente así. Solo, con los pies congelados por el frío de la maldita incertidumbre que a veces visita la conciencia de los humanos y te pierde en un inmenso planeta de sorpresas y colores que encandilan con el correr de los segundos, en un reloj de arena que no para de chinchinear.

La vista la tenía perdida en los restos de basura que había tirado un niño, mientras iba de la mano de su madre, y sintió nostalgia al recordar que hace tiempo no salía a pasear con la suya. Si bien la tiene a su lado, creía que nunca era tarde para caminar congelándose con el ruido de los autos que entorpecen una conversación ridícula y un par de lágrimas de felicidad porque su vieja está todos los días a su lado.

Mientras dormía, a lo lejos sentí el retumbar de mi celular y lo feo que suena la canción Its in his kiss the shoop shoop song” de Cher, pero bueno… dejé que siguiera sonando porque a pesar de mi mala grabación, esa canción no deja de encantarme. Luego de un par de minutos me levanté y vi por mi ventana a alguien llorando en la calle. Me sentí un poco apenada y lentamente me puse a pensar en mi vida.

A veces son tantas las cosas que se cruzan en el camino, que cuesta avanzar y cumplir las metas que nos proponemos. Separaciones, enojos, amenazas, distanciamientos, pérdidas, fracasos, desilusiones y cuanto golpe que enferma nuestro corazón, que simplemente no sabemos qué hacer.

En situaciones como estas prefiero tomar un par de pinceles y mezclar aromas, texturas y colores para echar a volar la imaginación, prefiero tomar una taza de café y dejar que se enfríe sola mientras caliento mis manos en el fuego, opto por leer, cantar y hasta embriagar mis sueños de nuevos sueños y así imaginarme mañana, en una micro camino a la universidad, colapsada de gente, llena de pensamientos, de materias y de proyectos de vida.

No es que sea una persona melancólica, pero creo que hay veces en que uno tiene que dejar que la pena remeza la adrenalina, nos haga tocar fondo y maduremos para tomar decisiones sabias y correctas. Al final si uno pasa deprimido, con el ánimo como alimento de gusanos y cuanto bicho feo y con el pensamiento negro, nos convertimos en seres carentes de brillo en el rostro, con un par de ojos que solo irradian soledad, nuestras manos se transforman en arañas depresivas y nuestra alma, en el hielo que más tarde necesitaremos para olvidarnos del presente y cegarnos a que la felicidad sí existe y es maravillosa.

Porque problemas hay aquí, en la oficina de mi papá, y de seguro en la del tuyo también, en las micros, en quienes ahora están repartiendo café en La Vega, en la prostituta que no encuentra clientes guapos, en la cabeza de la Presidenta, en la cárcel, en el ganador de Quién quiere ser millonario, en la editora de Paula (porque todavía no me encuentra la muy desgraciada), en la cabeza de mi Tata porque odia que salgamos a carretiar, en la del vendedor de Súper 8 en Plaza Egaña, en el recolector de basura que a esta hora de la noche escucho como hace sonar su camión, en la cabeza de Marlene Olivari por saber cómo muestra algo más de su cuerpo para hacer noticia y en la mía por las penas que a veces tengo. Pero saben una cosa? Descubrí que el mejor antídoto para la pena es reír, pero con esa risa que sale del fondo del alma, porque a pesar de todo… alguna vez fuimos niños y esa esencia no se pierde nunca.

Y como los niños ríen y se conforman con detalles maravillosos, yo opto por agradecer a Dios, a mis padres, mis amigos, mis hermanos, a quien me escucha cada segundo y se alegra de las leseras que hablo y a la gente que conozco en el metro o a algún curaito de la Plaza con una Casa en el Aire, que a pesar de todo, sigo riendo y conformándome con esas pequeñas grandes cosas, como una niña en cuerpo de mujer.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches y gracias por pasar.
Texto: Caterinna Migliorelli


jueves, julio 24, 2008

En la Plaza de los Poetas

En la Plaza de los Poetas hay árboles que cantan canciones de amor, un sauce que llora junto a una pareja que se golpea con caricias tentadoras jurándose amor eterno y un par de peleas de los que prefieren el vaso mitad vacío, justo frente a una casa con adornos oxidados en sus ventanas.

Hay hojas tiradas en el suelo que reciben pisadas de vagabundos, turistas y borrachos que deambulan por las noches, dándole vida a una plaza mística y con historias olvidadas entre sus adoquines.

Hay cenizas de cigarros que queman chismes, penas y fracasos de poetas que alguna vez soñaron con explotar una ciudad de palabras, de sonatas frescas y transparentes, sólo por que sí. Porque a ellos les gustaba gritar sus miedos, compartir sus ideas y vivir pensando que sus palabras son el antídoto perfecto para bloquear la contaminación de ignorantes y de aquellos que dejan pasar historias como éstas.

En la Plaza hay basura, restos de súper 8 y un par de sombras que te intimidan a lo lejos mientras tomo un café. Hay vagabundos que cuidan autos y se pelean las esquinas más tentadoras alrededor de la plaza. Hay asientos barnizados en dirección al árbol que canta, el que esconde agarrones, lágrimas, estudios y son el respaldo perfecto para conversar o leer. Pero a pesar de ser asientos comunes y corrientes, tienen algo que los hace únicos. La vista, las historias y los recuerdos, son tal vez la base para estar escribiendo hoy aquí.

En la Plaza de los Poetas el aire canta entre la contaminación acústica de bares y guitarreos de una Playa Girón, entre besos esparcidos por el aire y un sin fin de abrazos que le dan colores a la vida de vagabundos, prostitutas y cientos de personajes, de historias y cuentos que se esconden entre las sombras de un árbol que no para de cantar y sonreírle a los extraños que se posan en él.
Texto: Caterinna Migliorelli


Estadisticas de visitas