viernes, febrero 02, 2007

Entre adoquines y claroscuros











En un pequeño rincón de mi closet, se escondía un cofre lleno de polvo y un par de bichos que no quiero recordar. Su textura era áspera, y su color, algo así como el zapato desgastado de un vagabundo, que de tanto caminar entre la muchedumbre, se tiñó de escombros y risas apagadas, que de vez en cuando le impedían mantener la cordura.

Era un cofre grande, de esos que caben en los sueños y se desarman en tu imaginación cuando por más que tratas de rearmar las piezas, surgen nuevas ideas y todo vuelve a cero. Era un cofre capaz de guardar historias y ver más allá de los sueños. De esos sueños que me despiertan a las 5 de la mañana. De esos sueños que golpean mi ventana y que me impiden volver a dormir.


Era un cofre verde, por lo que pude descubrir luego de limpiar la parte superior con mis manos teñidas de smog. Era un cofre que escondía un cuento que me mantuvo paralítica y asustada. Y no por la oscuridad de sus letras, sino por el brillo de los ojos de aquel joven personaje, esos ojos verdes y teñidos de dolor y delirio, me hicieron pensar que más allá de escritos y plumas olvidadas en el tiempo, sus ojos todavía tenían miedo y sus palabras, verdades absolutas que nos negamos a escuchar… ¿qué pasó por su corazón cuando se instaló en Lastarría a vender su antipoesía, qué le pasó a la rueda de su carrito, que ya no pudo avanzar más la tarde de ayer, qué pasó con su pañuelo, aquel que cubre sus plateados pelos rotos para opacar su propia identidad… qué pasó con The Clinic que renunció a su tentadora oferta de trabajo?

Subí aquel cofre a mi cama y para poder mantener un ambiente mágico, las velas fueron la mejor compañía en esa soledad llena de sentimientos y almas en pena que nos entregaban calor. Un cofre, una historia, y el porqué de tanto dolor teñido de disgustos y gritos desenfrenados.


Pronto…
Texto: Caterinna Migliorelli


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