lunes, agosto 18, 2008

¡Un descuento en Aspirinas por favor!

Cuando antes las micros amarillas tenían cientos de recorridos y le servían a la mayoría de las personas, los problemas no eran tan inmensos como los que hoy tiene que afrontar el Ministro Cortazar, y de paso pedir descuentos y 2x1 en Aspirinas para aliviar el dolor de cabeza post fraude Transantiago.

Son las 6 de la mañana y el reloj no deja de chillar para avisarme que desde ahora el tiempo vale oro. Las mañanas parten cuando mi calle ya no colapsa por el ruido de micros amarillas, cuando ahora debo caminar 5 cuadras para ver un paradero atochado de gente que se olvidó de sonreír y ser cortés a la hora de subir al nuevo transporte público; cuando estoy obligada a esperar 1 hora y 15 minutos para llegar a la Universidad; cuando ya no me dejan sorda pintorescos gritos de vendedores de Súper 8 o chocolates prestigio 4 por $100, ni hay choferes con cara de ogro al mirar que pago menos y tengo un pase escolar.

La tarde de un viernes cualquiera de mayo 2007, se marcó como un recuerdo vergonzoso y escalofriantemente agotador. Si al ver a la gente a mí alrededor juntarse y perder el pudor por expresarse libremente, en un principio me sonrojó pero después me uní a las fuerzas porque la espera era demasiada.

Las micros en la esquina de Irarrazaval con Vespucio brillaban por su ausencia, sus motores solo se escuchaban en mis recuerdos, y el tumulto me obligaba a decidir si caminar hasta mi casa o quedarme esperando una explicación.

MI pie no paraba de moverse por la desesperación y las ganas de estar pronto en mi casa. Mi angustia por comer, por tirarme a la cama un rato y olvidarme de ese mal momento, era cada vez más grande, pero sabía que para mis sueños faltaba mucho.

Fueron 2 horas de agotada espera, con golpes verbales para Bachelet, con escupos voladores a quien se dignara a ir en su defensa, fueron momentos de tensión, de asaltos y de llantos por la desesperación y las ganas de volver al pasado.

Luego de 2 eternas y aburridas horas mirando a gente enojada y contando los autos amarillos que pasaban frente a mí, observé que a lo lejos venía. El brillo de la 403 me encandiló al punto de pegar un grito de emoción y enojo.

Sabía que si no me apuraba, jamás lograría subir a ese tarro en forma de oruga con motor, por lo que apuré mi andar. La gente se desesperada, corría para conseguir un pase por la puerta que fuese. A estas alturas ya nadie esperaba un asiento. Ahora un espacio, por más ínfimo que fuera, era ideal para que cada uno llegase a su destino pronto.

Cuando el chofer gentilmente daba la bienvenida en la puerta principal, la gente lo miraba malhumorada. Yo discutía con las personas que me pasaban a llevar por mi porte, mi agitado correr y porque los adultos tenían privilegio.

Privilegio a qué dije yo, estoy esperando hace dos horas. No me voy a quedar esperando otra vez aquí. Fue lo que le dije a un sin vergüenza que andaba metiendo sus manos en bolsos y chaquetas ajenas.

Cuando ya estaba adentro, completamente apretada y con escaso aire para seguir viva, me resigné a la nueva vida que tendría que asumir para el resto de mis días como peatón y usuaria activa del sueño del pibe que jamás resultará.



Hoy cuando subirse a un troncal es casi una odisea, trato de escabullirme entre la gente y adueñarme de un asiento de plástico; completamente distinto a los que antes me acogían en mis paseos por Santiago, esos asientos cómodos y bien engrasados, los que no tenían respaldos y estaban llenos de boletos pegados en su parte trasera.

Hoy todo es diferente. La gente anda mucho más malhumorada, andar en una oruga es sentir la adrenalina de un juego de Fantasilandia, ya no nos cautivan cantantes temporeros ni vendedores ambulantes como en el transporte antiguo, ese que ahora quedó en el pasado y será un nuevo recuerdo kitsch que más adelante le contaremos a nuestros nietos como un momento nostálgico, que fue desplazado por instancias sexuales debido a la cercanía involuntaria dentro de las micros, por paraderos atestados de gente, por gritos y malos tratos a choferes que andan vestidos de punta en blanco.

Si a estas alturas de la vida, cuando soy una estudiante que frecuenta Servipag y las boleterías del Metro para tener derecho a viajar en micro, me pregunto ¿qué será mejor, vivir pensando que esto en un par de años cambiará o someterme a abusos inesperados, agarrones desprevenidos y morir soñando con los queridos sapos de las micros amarillas?

Sinceramente creo que vamos de mal en peor y los cambios…. Los cambios son el antagonista de quienes buscan soluciones a lo que nació siendo un error.

Texto: Caterinna Migliorelli E.




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