Hoy ya me voy
Antes de comenzar a escribir, Emilia secó las lágrimas que le impedían comenzar su viaje. Tomó un par de hojas y el lápiz a tinta que la acompañaba siempre.
Esta vez me despediré de cada detalle, de cada gesto y de los momentos especiales que hoy recuerdo como una fotografía a punto de ser velada.
Es momento de ser fuerte, tomar mis cosas y sonreír, de seguir el camino sola, junto a mis libros, mis manías y el recuerdo de los buenos momentos, de las caricias y del brillo que mis ojos expresaron cuando veía una sonrisa en tu rostro.
Mientras las líneas se teñían del negro que salía de ese lápiz y se llenaba la hoja de aureolas transparentes por las lágrimas que le caían, Emilia siguió escribiendo emocionada.
Es hora de partir pero antes quiero decirle adiós, adiós a esos escalones que siempre temí porque de un momento a otro me llevarían a caer, adiós al azúcar que gasté y los cafés que entibiaron mis conversaciones y risas en tu cocina; adiós al agua hervida y a los huevos que quedaron sin cocinar.
Adiós a tu cubrecama blanco que de seguro extrañará las marcas de mis zapatos, el calor de mi piel y el peso de mi cuerpo cansado de estar caminando sin ninguna dirección.
Adiós a mi sombra que se reflejaba en tu pared mientras me observabas sentada en el computador; adiós a las pocas horas que pasamos juntos, a los estacionamientos que nunca se ocuparon en un cine o una plaza, adiós a los aplausos del teatro que nunca visitamos, a las butacas de un concierto al aire libre, a las huellas que dejamos abandonadas en un Museo o en un emporio lleno de helados artesanales.
Adiós a las canciones que hablaban de amor y que nunca fueron mías, a los abrazos cálidos de un comienzo, adiós a la tibieza de tus labios, a las risas, las historias, las fiestas y el ánimo.
Hoy me despido de tu perro, de tu mirada, de tu ego, de tu letra, me despido de tu voz, de lo que no viste dentro de mi corazón, de lo que nunca fuiste capaz de valorar, de mis infinitas ganas de estar contigo, de mi cariño verdadero, sincero y transparente. Me despido de las esperas, de tus amigos, del primer desayuno en una bomba de bencina (y el último por cierto); me despido de tu parte en una carretera colapsada de silencio, de tus sentimientos independientes y tu estudio rebuscado, me despido de tus horas en soledad y tus reflexiones de semanas en donde me dejaste sola.
Hoy me despido sonriendo porque te quise, angustiada por la incertidumbre de saber si me extrañas y con pena porque a pesar de todo, creo que ya no estás aquí.
Emilia sacó un sobre de su mochila, arrancó la hoja y guardó sus sentimientos teñidos de nostalgia. Caminó por un parque rodeado de sauces llorones y los acompañó pensando… pero de pronto algo le dijo que era tarde por lo que corrió a su destino y gritó…
Sin vergüenzas, ni temores ni nada…
HOY YA ME VOY
Texto: Caterinna Migliorelli
Julieta
El alma del silencio pedía a gritos un poco de atención a su escritura. No era por llamar la atención, sino hacer un paréntesis a sus ideas y compartir lo que sus versos escondían en el alma.
Julieta tenía las manos gruesas, un gusto refinado por la comida y un par de neuronas que la habían llevado a tener el puesto más alto de su empresa.
Vivía en Providencia junto a su gata, La Antonia, una mezcla entre un Malayo y un Bengalí que tenía una apariencia más cercana a un león que a un felino, pero ella la amaba como a su propia hija.
Julieta nunca se había casado, nunca había estado con un hombre que le llenara el alma, que la regaloneara, que la invitara a la calle a inventarle historias a la gente que pasaba sin mirar, a reírse de los perros que corren tras los autos, a cocinar inventos o que la visitaran porque sí. Ella eso lo encontraba estupido.
Entre salir con tipos interesantes a conversar sobre un buen libro o ver una buena exposición en el Bellas Artes, prefería matar las horas sola, entre las paredes de su oficina haciendo informes, revisando las debilidades y creando estrategias para posicionar su trabajo como el mejor.
Un día salió de su oficina tarde y mientras iba en busca de su auto, preocupada de comprar en un servicentro la comida de Antonia, su gata, vio que en la esquina había una persona que le produjo curiosidad. Mientras caminaba lo siguió con la mirada hasta que se subió a su auto y desde ahí, la observó un buen rato…
El calor del aire acondicionado, la música de fondo y la mente en blanco, la llevaron a estar un buen rato estacionada pensando en ella, en su pasado, en su futuro y comenzando a disfrutar por vez primera al máximo su presente.
…Pero por la ventana solo atiné a decir que ahí se encontraba ella en su auto. No sabía si era un sueño o si su vida pasaba como una película por mi mente.
La noche era oscura, más de lo normal en una noche de verano, y el miedo de la soledad se convertía en el mejor remedio para analizarme. La vida es eso, fueron las palabras que recordé de quien hace mucho tiempo me había hablado en la oscuridad.
No quiero claroscuros que deambulen a esta hora, no quiero sentir que un basurero es eso y no el perfecto escondite cuando quiero asustar a alguien para que después de un rato nos riamos juntos de felicidad.
No quiero sentir que camino de la mano de una sombra, no quiero caerme y saber que terminaré en el suelo sola, quiero risas, quiero colores, quiero enojos, quiero una pelea intensa para que la reconciliación sea mil veces mejor. Quiero sentarme horas a escribir para después leer y que alguien me discuta las estupideces que hago, quiero emocionar porque tengo un buen puesto, quiero ir a la playa y llorar mientras tomo un café mirando una puesta de sol.
Quiero que por tus ojos se caiga la felicidad al saber que me tienes, que te tengo y que juntos podemos ser un gran complemento de amor.
Quiero, quiero, quiero amarte y que esa sensación no duela, no quiero saber que te vas, que vuelves y que somos siempre lo mismo…
… de un momento a otro Julieta reaccionó, se tocó la frente y secó el sudor que le bordeaba la nariz. Tuvo miedo y su soledad la atacó. Afuera, el hombre al que miraba, se paraba lentamente de la mano de una anciana para luego darse un beso y seguir su camino. Julieta secó las lágrimas y de un momento a otro hizo lo que creía correcto.
Miró la luna y cerró los ojos…
Te quiero tanto tanto tanto. Fue lo que le dijo a la luna después de tomar su celular y concretar una cita con quien tal vez sería el amor de su vida.
La vida es algo así como un arcoiris de ideales, sueños, metas, triunfos y fracasos. Está en uno ser, reír, llorar y volver a estar satisfecho de lo que se puede hacer cada día.
Hoy yo descubrí que a pesar del pánico que me dan las montañas rusas, prefiero vivir sentada en una de ellas antes de pasarme la vida entera en una carretera monocromática, sin gustos, aromas ni vida.
ELLoS
Ellos se subieron de la mano y corrieron en busca de dos asientos unidos.
Ellos se miraban y por sus ojos se caía el amor que sentía el uno por el otro.
Ya eran viejos, pero su forma de amar era la de dos quinceañeros que acababan de concretar una salida al parque con el permiso de sus papás.
Ellos llevaban ropas de colores y una combinación infantil, sus rostros se veían cansados y arrugados de tanto vivir luchando por la felicidad.
Él le gritaba, sin vergüenzas, que la amaba en un metro colapsado de gente a las 5:30 de la tarde, ella lo miraba coquetamente a los ojos para luego despreciar con una sonrisa entre sus labios.
El me contaba que hace diez años son pareja y que ella no le quiere dar el sí para un casorio al aire libre.
Ella me esquiva la mirada mientras el reflejo del vidrio de estación Cristóbal Colón, le acusa su emoción con la lágrima que se le escapa y seca con el chaleco que lleva puesto.
Él se llama José y quedó cesante cuando comenzó el Transantiago.
Ella es dueña de casa porque Él no la deja salir a trabajar.
Él vendía diarios en algún recorrido de Puente Alto y ella estaba condenada a ver televisión y las teleseries de la tarde, mientras esperaba que su “guaguita” volviera a la casa para regalonear.
Ellos se acariciaban y conversaban con la gente de los lados; Ellos sentían miedo que el resto les reconociera que eran viejos y les rompieran la burbuja en la que vivían desde hace un par de años.
Ellos creían en el viejito pascuero y en que a fin de año podrían ser padres.
Ella me dio un beso y él me entregó la bendición de Dios mientras me apuraba a bajar para volver a una micro colapsada de gente.
Ellos me regalaron un par de minutos entretenidos, en un regreso a casa que no me borró la sonrisa del rostro al asegurar que el amor que ELLOS sentían, era completamente real.
Ellos sonrieron a una cámara de celular mientras me encandilaban con sonrisas mucho más verdaderas que las de cualquiera de nosotros juntos.
Ellos simplemente eran felices
Con pequeñas grandes cosas.
Texto: Caterinna Migliorelli